En este país (y posiblemente en otros, pero como nos gusta sentirnos el ombligo del mundo, siempre decimos eso de ‘en este país’) tenemos una curiosa costumbre. Y es que las opiniones son como el lugar donde la espalda pierde su honroso nombre… que cada cual tiene uno.
El problema es que alguien pretenda mostrarlo en público, así, a la ligera.
De fútbol, quienes más hablan son personas a las que no se les conoce antecedentes de haber jugado a fútbol más allá del partido solteros-contra-casados de las fiestas patronales.
De cine, creo no haber oído hablar de un crítico que se haya pasado a director o viceversa.
En el mundo culinario, estoy menos ducho (a parte del comer), pero témome que andemos parecido.
En la política, creo que no la entiende nadie, así que intuyo que unos la sufrimos más o menos en silencio mientras otros aplican aquello de A río revuelto…
Y yo mismo estoy aquí hablando de periodistas, críticos y demás fauna… sin saber de fútbol, cine, cocina o crítica en general.
Quizá me salva el criterio de que si me gusta algo, me vale, aunque sea de dudable calidad artística… con lo que al menos puedo decir que tal cosa me gusta o no… pero supongo que mi opinión casi no sirve.